Reto X : Retrato
Cuando Dios diga…
Su respiración era agitada; podía oír los fuertes latidos de su corazón desbocados mientras el cañón de la pistola le quemaba los pelos de la sien. Apretaba los dientes mientras dos lágrimas caían por sus mejillas. Gemía. El inspector Arturo Caballero Blanco le susurró: “Esto te pasa por maricón”. Apretó el gatillo, y mató a José Luis en plena calle.
***
28 años atrás…
En la empobrecida Granada de los años treinta, nació José Luis. Él llevó la alegría a su casa en tiempos de inconformismo y rabia. Tenía dotes de cantaor y de bailaor. Con la radio a muy bajo volumen, ya a los cinco años, les taconeaba a todos los vecinos. El tal José Luis era famoso y aplaudido de noche, pero de día fingían no conocerlo, a fin de protegerlo de los grises. En el treinta y seis, explotó la Guerra Civil, y muchos hombres apuntaron sus nombres en las listas para ir a combatir, “por el bien de la Patria”.
José Luis no entendía ni media, solo que la guerra era mala. Su madre lloró cuando su padre se fue a combatir. Ella era una mujer fuerte, de la tierra, trabajadora. “Laura” era su nombre. Parte de la llama de su alegría murió con su marido en el frente. Ella y su hijo, como muchas otras familias, descubrieron la cruenta frialdad de la guerra, y se hundieron en la más mísera pobreza. Eran esclavos sin grilletes, que trabajaban para los señoritos, quienes les pagaban muy poco.
José Luis se hizo fuerte de tanto laborar en el campo; plantaba patatas, o hacía cualquier otro trabajo que le ordenasen. Rara vez iba al colegio (una cruz que su madre arrastraba), porque debía ayudar en su casa en todo lo que pudiera.
Un día, al volver del campo, su madre le comunicó que se irían a Barcelona.
—¿Está muy lejos Barcelona, madre? —le preguntó, ignorante.
—Mucho. ¿Ves el sol?, pues una cosa así. —Su hijo, tragando saliva, preparó el equipaje, mientras su madre sonreía entre lágrimas—. Eso es, hijo, no temas… nunca temas.
Llegaron a Barcelona. Laura andaba corta de dineros, por lo cual alquilaron un piso en el Barrio Chino, lo justo para dos personas.
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—Mamá, hace tiempo que acabó la guerra. ¿Cuándo estaremos en paz?
—Cuando Dios diga… hijo mío. Pero a ti ¡ni se te ocurra meterte en política! ¡Mira adónde la llevó tu padre: a tener un balazo en la cara!
Todas las noches, Laura, que había encontrado trabajo en una empresa importante, la Hispano Olivetti, se dormía, acunada por el canto del artista. Pronto entró José Luis (como manitas) a la misma empresa, donde causó asombro por su velocidad al poner los tornillos. Todas las noches, le cantaba a su madre pero, durante una de estas, dos policías grises pasaron por debajo de la ventana, y dieron parte de lo que observaron.
Un inspector muy hambriento por castigar al humano que desafiase al régimen cogió el recado, fue a la noche siguiente y le habló “amablemente” al dueño del hostal:
—Buenas noches. Soy Arturo Caballero Blanco, de la Policía Político-Social. Le haré solo una pregunta. Si creo que me miente, le cierro el chiringuito, ¿entendido?
—Entendido, pregunte… —aceptó más que angustiado el dueño, calvo, con una pata de palo que, seguramente, reemplazaba a una pierna perdida en la guerra.
—¿Dónde está el cantante flamenco?
Hablaban madre e hijo tranquilamente cuando entraron de golpe el inspector, más dos agentes grises. Se sorprendió al ver a un chico tan joven, así que, por su mente, le pasó la idea de razonar con él. Su madre intentó disculparlo, pero el inspector la golpeó con su puño enguantado.
—¡Cállate, puta!… Niño, escúchame: no puedes cantar cuando te venga en gana, aunque tengas la voz de Sinatra. El Generalísimo no lo permite, ¿entiendes? Si vuelves a hacerlo, tendré que matarte, ¿comprendido? Ya no me tengo que preocupar por ti ¿verdad?… ¡responde, hostias!
—No, señor.
Así fue durante mucho tiempo… años. En vez de cantar, hablaban y hablaban durante horas y lo pasaban fantásticamente. En el trabajo, escalaba puestos muy rápido (eran buenos tiempos). Al cumplir veintiocho, empezó a relacionarse con prostitutas y con homosexuales, en sus escondites en el Barrio Chino.
Un buen día, José Luis murió en el empedrado de aquel barrio, que inundó de sangre. Pero, antes le clavó una pluma en el cuello a Arturo, y los dos murieron mirándose.
Llave hacia la libertad
Malik, de veinte años, preparaba su pequeño cayuco para salir a pescar, como otro día más. Había oído hablar de una tierra prometida más allá del mar, de un viaje peligroso en el queuno se jugaba la vida. Una noche muy estrellada, tomó en consideración este tema, y sus sueños volaron alto, pensando en lo que podría conseguir para su familia si hacía el viaje. Al día siguiente, le comunicó su decisión a su mujer, que rompió en lágrimas.
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—Sé fuerte; somos uno ante las adversidades —la consoló su marido—. Somos uno; siempre te llevaré en mi pensamiento.
—Recuerda: eres Malik, un gran pescador y un buen padre. Que nadie te diga que no eres un buen hombre —le advirtió sollozando.
Malik se despidió de sus hijas y de su mujer, juntando su frente con la de ella.
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Observó el cayuco que lo llevaría, supuestamente, a un mundo mejor: era para unas veinte personas y, como máximo, para cuarentaicinco. Pero allí había más de doscientas, entre adultos, menores, mujeres embarazadas y niños pequeños. Entonces fue cuando Malik supo que ese viaje sería un infierno; sus manos recorrieron su cabeza poco a poco, en un gesto de preocupación.
Una vez en el agua, Malik buscaba estar en paz durante todo el viaje pero, aplastado junto a doscientas personas, era muy difícil lograrlo. Le costaba respirar. Aún no habían salido de la costa, por lo que la mar estaba en una gran quietud. Sabía que el viaje se complicaría cuando llegasen a mar abierto: grandes olas, vientos endemoniados, frío (y también calor sofocante). Miraba a sus compañeros de viaje, que hablaban divertidos de qué harían cuando tocasen tierra, y el viejo cayuco, que se enfrentaría con todas las inclemencias de la naturaleza.
De repente, las olas crecieron por obra de un viento proveniente del este. El cayuco rompió una y otra vez contra estas. Vómitos, gritos en la noche, reproches. Pronto los viajeroscomenzaron a perder la consciencia por los mareos; caían al agua sin que nadie se diese cuenta. Entonces, Malik observó atónito una ola tan alta que unía el mar con el cielo. Miró la pequeña foto de sus hijas y recordó a su mujer. A continuación, un choque pulverizador.Cayeron al agua; las corrientes marinas se dieron un festín con ellos. Malik, gran nadador, se acercó al bote puesto del revés y pidió ayuda a los gritos para enderezarlo. Sin embargo, sus compañeros no lo escuchaban: su voz se desenfocaba por el viento. Sabía que muchos morirían, pero él no: lo había prometido. Pasó la tormenta y, por fin, dieron vuelta el cayuco.
Las exigencias de los viajeros para tomar agua se sucedían: “Mi mujer debe beber doble porque está embarazada”, “Mi padre es anciano y debe hidratarse más que vosotros”. Malikno era tonto; sabía que estas disputas irían de mal en peor, así que intentó mantenerse al margen.
El sol de África era mortal; estar mucho tiempo bajo su exposición significaba quemaduras.Malik empezó a sufrirlas en los brazos y en las piernas. Podía escuchar decenas de pequeños sonidos de la madera: el viejo cayuco sangraba, estaba tocado de muerte. Aún no sabían cuándo llegarían. De repente, nubes plomizas cayeron sobre ellos; comenzó a llover.Abrieron la boca como polluelos en un nido, aún ciegos y desprovistos de defensa, sonriendoa pesar de las circunstancias.
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Después de semanas en aquel viejo cayuco, muchos habían muerto por inanición, por suicidio o por colapso, como le ocurrió a un anciano, cuyo corazón se apagó en medio de una tormenta. Solo quedaba la mitad de ellos. Todos dormían hambrientos, desabrigados. De pronto, un sonido muy fuerte los despertó. Se aferraron asustados entre ellos. ¿Una tormenta? ¿Un cachalote? Alzaron la mirada, y vieron un barco de color blanco. Todos quedaron impactados. Estaba parado frente a ellos, y no parecía haber nadie.
Dos mujeres aparecieron en el casco de la nave; una les habló en francés: “Tout est fini, on vous cherchera un endroit où y vivre [‘Todo ha terminado; os buscaremos un lugar donde vivir’]”.
Por primera vez, empezó a creer en su viaje; recordó lo que había sacrificado para llegarhasta allí, llorando desconsoladamente.
GERMAN HERNANDEZ GARCIA